domingo, 28 de febrero de 2010

La Política de la Presencia

Por Ana Gabriela Jiménez Cubría
“The most effective way to restrict democracy is to transfer decision-making from the public arena to unaccountable institutions:
kings and princes, priestly castes, military juntas, party
dictatorships, or modern corporations.”
-Noam Chomsky
La democracia es un asunto sobre el que se debe reflexionar continuamente. Ya la etimología nos sugiere que el concepto está vivo, que se entiende, aplica y reinterpreta de acuerdo a la situación histórica de quienes han heredado tan sofisticada noción –una que además no fue creada con las mujeres en mente –. La mitad, esa otra mitad de los pueblos, cuya historia y procesos rara vez ha quedado documentada, ha quedado excluida del contrato social que relataba poder para el pueblo, autodeterminación para el individuo.
Actualmente, en el discurso de muchas naciones que se proclaman democráticas, las mujeres forman ya parte del marco legal, e incluso ostentan algunos puestos de poder. Sin embargo, los casos en que alguna mujer ha llegado a una posición de toma de decisiones a nivel de gobierno son aún una excepción a la regla. En el sector privado abundan los ejemplos de la escasez de presencia femenina en los altos mandos de las empresas. En las regiones empobrecidas del mundo aún se lucha por la conquista de los derechos fundamentales del grueso de la población.
El reto de nuestros tiempos es la equivalencia entre el discurso y la práctica democrática que tenga como consecuencia el bienestar generalizado de hombres y mujeres. Pero ¿Cómo podemos concebir tal bienestar sin tomar en cuenta la voz y el voto de quienes integran al conjunto de los seres humanos?.
La participación de las mujeres en la toma de decisiones es una condición sin la cual no es posible atender a sus intereses, necesidades y reivindicaciones. En este sentido concuerdo con Iris Young cuando dice que los distintos grupos sociales deben caber en la democracia, ya que éstos pueden hacer aportaciones en lo que respecta a sus intereses, opiniones y perspectivas.
Sabemos que los países con mayor participación parlamentaria femenina son también aquellos que tienen un mejor reparto de tareas entre lo público y lo privado. En esta misma lógica, los países en los que la diversidad está mejor representada en el marco de la toma de decisiones políticas son aquellos en los que hay un mejor reparto del poder y de la riqueza. Pero ¿a qué nos estamos refiriendo con representación?.
Ante esta pregunta se perfilan dos respuestas posibles. En primer lugar tenemos la representación descriptiva, que hace referencia a que el conjunto de personas que ocupan los puestos de poder sean un reflejo de los intereses que se manejan en el discurso. Así, en un parlamento en el que exista la representación descriptiva, existirán representantes de cada grupo de intereses. En segundo lugar tenemos a la participación sustantiva, que señala la importancia de los temas planteados en el ámbito público por encima de las personas que los ponen en la mesa. De manera que en una representación sustantiva lo relevante no es el quién sino el qué se discute. Sobre esta idea de representación sustantiva, Hanna Pitkin nos ofrece siguiente premisa:
[…] Los símbolos representan alguna cosa, que la hacen presente mediante su
misma presencia, aunque de hecho esa cosa no esté presente de un modo fáctico.
(Pitkin; 1985:101).


En medio del debate entre estas dos posturas, Pitkin se ocupa de señalar que ambas son igualmente importantes ya que una representación descriptiva no garantiza la existencia de representación sustantiva, así como la segunda no es privativa de la primera. María Antonia Ramírez recoge el pensamiento de Pitkin y apunta que:

La representación se construye, y mantiene, sobre la ficción de que
el representante es el símbolo del pueblo. Lo relevante es el proceso mediante
el cual la poblaci6n crea, acepte, se socialice y desarrolle determinado tipo de
actitudes que implican su aceptación de ese símbolo no convencional” (Ramírez:
2004: 670
).

Al respecto, Anne Philips apunta en su “Política de la presencia” que aún cuando las mujeres tengan opiniones contrarias sobre muchos asuntos, hay una mayor probabilidad de que los temas aparezcan y se discutan si existe la presencia femenina en ámbitos de poder. La postura de Philips me parece muy acertada, ya que parte de no considerar a las mujeres como un colectivo homogéneo, sino como una parte de la población conformada por individuos diversos que, pese a ubicarse en las antípodas ideológicas, ostentan el derecho a que sus inquietudes e intereses existan en el espacio político. Philips se desmarca de las críticas a la política de la presencia -que la acusan de causar un efecto dominó en el que sería necesario representar intereses tan específicos como seres o grupos humanos pueda haber- al subrayar el sumo cuidado que se debe tener al definir a los grupos, considerando siempre sus características sociales, históricas y culturales tan precisamente como sea posible, para evitar caer en esencialismos como los que utiliza el patriarcado.
El déficit cuantitativo de representación política se ha intentado paliar mediante sistemas de cuotas que pretenden que en los órganos representativos estuviesen representados de forma permanente grupos con características culturales diferenciadas y con una determinada base territorial, como es el caso de las mujeres.
Dentro de los argumentos que porta Philips a favor de la presencia de las mujeres en política, las razones de justicia son, quizás, las que me parecen más relevantes. La injusticia actual radica en que, aunque existe el marco legal para que ello ocurra, las mujeres no participan en la política porque tienen obstáculos materiales y psicológicos. La política ha sido tradicionalmente una opción de vida para los hombres, no así para las mujeres, cuya falta de alternativas se refleja directamente en su ausencia en el ámbito del poder público.
En conclusión, me parece que el cambio social requerido para que la igualdad de género se haga efectiva tiene que pasar por la representación sustantiva y descriptiva, comprendiendo que esta representación sólo será real si se cuenta con una masa crítica de mujeres con suficiente libertad de acción, pues los casos excepcionales suelen ser absorbidos por las prácticas hegemónicas que conocemos bien.
A esto me gustaría añadir que el cambio social debe ir acompañado de un replanteamiento de la distribución de las tareas domésticas, es decir, que la participación de las mujeres en el ámbito público vaya acompañada por la inclusión de los varones en el ámbito doméstico, ya que es también este desequilibrio en el reparto de labores lo que disuade a las mujeres de participar en la toma de decisiones políticas. La división sexual del trabajo, línea divisoria de los ámbitos público y privado que el patriarcado ha heredado a nuestras generaciones, debe comenzar a borrarse de hecho. La equidad a la que aspiramos implica la participación de hombres y mujeres en ambas esferas. De no cumplirse estas condiciones, estaremos muy lejos de alcanzar el sueño democrático.









Bibliografía
BELTRÁN, E. y MAQUIEIRA, V. (2001). Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Madrid, Alianza.

MARTÍNEZ, MARÍA ANTONIA. (2004) La representación política y la calidad de la democracia. Revista Mexicana de Sociología, Vol. 66, No. 4. Universidad Nacional Autónoma de México.
PHILLIPS, A. (1995): La política de la presencia y la reforma de la representación política en S. García y S. Lukes (comp). Ciudadanía, justicia social, identidad y participación, Madrid, Siglo XXI.
PITKIN, HANNA (1985). El concepto de representación política. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales