viernes, 27 de agosto de 2010

Revolucionarias: Lo personal es político, y ha sido revolucionario.

Se acerca esa fecha fantasmagórica que se viene anunciando por las élites como un motivo de celebración para las mexicanas y los mexicanos. El famosísimo bicentenario (contra las momias de Guanajuato). Bicentenario, más que una palabra parece una cajita, en donde tienen que caber todos los cuetes, todas las luces, todas las fábulas y las fiestas, porque de repente hay que abrir la cajita, hay que celebrar y celebrar y seguir celebrando.
La pregunta no es novedosa ni mucho menos original, y aún así me sigue rondando la cabeza. ¿Qué celebramos?.
Macabramente se organiza la carísima pirotecnia en medio de la muerte. Suena más fuerte la música que nos remite al escándalo, al grito mariachil, a la fiesta envuelta de euforia patriotiquera -esa sangre caliente que todos hemos sentido alguna vez, y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra-.
Independencia y Revolución. Y el discurso hegemónico ordena cómo sentirnos al respecto. Es poca y sesgada la información que el sistema comparte con los ciudadanos sobre estos eventos, pero es prácticamente nulo el esfuerzo por invitar a la reflexión sobre dos procesos que de sencillos nada tuvieron.
¿Porqué es tan importante la revolución mexicana? ¿Qué hemos aprendido de ella? ¿Quiénes participaron?
No solamente aquellos que figuran en las listas de adalides nacionales. La población  peleó en una explosión de inconformidades extendidas en la tierra y en el cuerpo. Ese monstruo de descontento fue aplacado a traición, con base en concesiones (que no negociaciones) para los gringos, los burgueses, los políticos, los militares, pero para el pueblo no. ¿Suena conocido?
Se seguirán exhibiendo fotografías, nombres y mitos, casi todos masculinos, sobre los hombres que conviene que recordemos. Frases célebres, maneras de vestir, balazos y carrilleras. Adelitas, caballos y muertos y muertos y muertos. Y entre esos mismos muertos los propios líderes revolucionarios. Primero Madero y Pino Suárez a manos de Huerta. Luego Zapata por órdenes de Carranza, éste último de muerto por Álvaro Obregón. Y Obregón mató a Pancho Villa, y luego Calles mató a Obregón. Cadena -masculina- de asesinatos a traición. Junto a esta corta lista de celebérrimos apellidos una cifra algo engañosa de millón y medio de vidas en poco más de diez años de guerra.
Y aprovechando la inercia que viene con el VICENTE-NARIO aprovecho para preguntar ¿quién habla de las mujeres?. No sorprende que se les invisibilice, es una práctica común en los procesos de guerra. El conglomerado mediático Televisa/Gobierno Federal en conjunción con el Instituto de la Mujer ha lanzado una escueta campaña a penas informativa en forma de spots que describen el papel de algunas mujeres que participaron en el proceso revolucionario. Pero nada más. ¿Pudo existir la Revolución Mexicana sin la participación activa de las mujeres? ¿En qué medida contribuyeron estas mexicanas de hace un siglo a la voluntad nacional de cambio? Más allá de su participación como mensajeras, soldadas, cuidadoras valientes y asistentes de los guerrilleros pensemos en qué pasaba en el ámbito doméstico al que más entonces que ahora estaban remitidas nuestras compatriotas. Un ámbito que se mantiene invisible, pero que aún así estaba ahi, como ha seguido estando. El nido donde se gesta la desigualdad, la caja negra que no registra ningún daño estructural.
Hoy las mexicanas gozamos de mayores libertades y derechos que hace cien años, pero no cabe duda que las aberraciones siguen ocurriendo. Encima de la opresión de clase, que es altamente visible, tenemos la de género, de la que ni siquiera se habla. Tenemos al día de hoy 14 mil muertas en Ciudad Juárez, una veintena de mujeres encarceladas en Guanajuato por abortar. Una iglesia católica que prohibe el condón y que condena la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Cientos de mujeres vejadas y asesinadas a manos del ejército y el crimen organizado en las comunidades más alejadas del país, genocidios en comunidades indígenas que no paran -recordemos el último, en San Juan Copala, solo esta semana-, y las miles de mujeres que son privadas de la vida y la integridad en su intento por pasar el filtro mexicano en la frontera sur, violadas, golpeadas, torturadas, contagiadas de VIH-SIDA cuando no muertas.
México tiene una deuda grande con el pueblo en términos de las revindicaciones revolucionarias, pero la deuda histórica que se tiene con la mitad de la población, las mujeres, sigue estando ahí desde el orígen, sin celebraciones bicentenariosas ni nada de nada.