sábado, 20 de noviembre de 2010

La tele ofende

No conozco a ciencia cierta el número de personas que cada año engrosan las filas de la pobreza extrema y la mendicidad en México, pero sí puedo observar que en mi ciudad hay más niñas y niños en las calles, chavitas de no más de quince años embarazadas, con bebés a cuestas, en los semáforos de Xalapa, ciudad capital "de la fidelidad por veracruz". Después de un año de no ver mi tierra encuentro que la situación se ha agravado, casi tanto como la imperiosa necesidad de colocar anuncios espectaculares que promocionan al gobierno estatal como si fuera un refresco. Anuncios rojos que venden chatarra.
Me encuentro con spots televisivos en donde aparecen respectivamente los gobernadores salientes de Veracruz y Oaxaca (!!!) hablando de lo bien que han hecho las cosas y podría asegurar que hasta con una sonrisilla macabra. Lo más grave no es ya que digan semejantes mentirotas, mientras se posan como edecanes sonrientes para las cámaras, lo más grave es la degradación de la conciencia del uso del espacio público para la promoción de gobiernos y gobernantes probadamente corruptos, represores e ineficaces, es decir, probadamente malos.
Fidel Herrera Beltrán y Ulises Ruiz, no solo no han sido juzgados y penados por los crímienes que se han cometido durante sus sexenios, sino que gozan del privilegio de aparecer en la intimidad de las  salas de ver tele (en el mejor de los casos), tan campantes. ¡Qué ofensa a la dignidad del pueblo!. Nuestro espacio público está prostituído, denigrado, se compra, se vende, se usa y se manipula para fines obscuros, para la apología de criminales, la mentira, la persecución de avaros delincuentes de cuello blanco. El espacio público, que en otras circunstancias serviría para la puesta en común de contenidos que reflejen y representen las necesidades e intereses de la gente, un vínculo mediático común para exponer nuestra diversidad, nuestra capacidad de organización, nuestra riqueza cultural. La tele podría ser un espacio de apoyo para las y los jóvenes y no para su descrédito, infantilización y ataque. La tele podría ser un espacio en el que las mujeres se vieran representadas como personas, sujetos complejos y no solo objetos de consumo y hornos de bebés que además planchan. La tele podría encargarse de difundir la sabiduría de ancianas y ancianos, valorar sus vidas y experiencias, en calidad de ciudadanas y ciudadanos y no de muebles. Podría mostrar al varón como parte del hogar, responsable común de su cuidado y el de quienes integran ese hogar, a la mujer como parte del panorama de la polis, del poder.
Mientras se argüendea en el congreso, se berrinchudea en los Pinos y se lamen bigotes en los partidos políticos, seguimos consumiendo lo que consumimos. Nos ofenden en nuestras propias casas, mientras comemos, mientras dormimos, mientras las niñas y los niños juegan. ¿Porqué lo permitimos?