Yo ya me
había despertado inquieta, con una molestia muy presente y muy ignorable, en
estos últimos días, por saber que el viernes venderían una insignia del país,
de mi país, con el primer presidente que me ha tocado que me cobre impuestos.
Siempre fui
fan de Amlo… sí, lo acepto, soy su fan. No es como cuando era fan de Hanson,
no, es distinto. No es sólo que le siga, que lea lo que se dice de él, que me
sienta identificada con mucho de lo que dice, es que además, sí, sí… lo admiro.
Admiro dos
cosas. La primera vez que lo admiré fue en 2006, cuando creíamos que iba a
ganar. Es que él creía que iba a ganar. Recuerdo las estampitas para los coches
que decían “sonríe, ya ganamos”. De Calderón nadie sabía un carajo.
Era una
marcha contra el desaforo, viajamos de puebla al DF para hacer nuestro trabajo
final de documental sobre esa marcha. Nos apostamos en el Ángel y lo vimos
desde arriba, rodeado de gente, pero no de 15 o 20, sino de miles, hordas de
gente a su alrededor, apoyándolo.
A mí me
impresionó mucho. Le dije a Sol que más valía que cumpliera sus promesas porque
si no le iba a romper el corazón a toda esta gente. Recuerdo a mujeres de más
de sesenta años marchando, diciendo que estaban ahí porque creían que era la
mejor opción para el futuro de sus hijos. Recuerdo las figuras hechas de papel
maché con la forma de Fox, de Salinas, hechas especialmente para la marcha,
para quemarlas en la marcha.
Y luego lo
admiré cuando le robaron la elección. Cuando el plantón de Reforma fue la
primera vez que estuve absolutamente segura de apoyar una causa política en
toda mi vida. Todo el rollo que se armó me parecía incluso contenido. Yo me
esperaba Troya. Se habían robado una elección, en nuestra cara, no lo íbamos a
permitir como los grises de nuestros padres. Toma el dulce, ¡no es cierto!. Ni
un solo balazo, ni un solo muerto… ¿de qué estábamos hechos?
Y luego
pasaron todas nuestras peores pesadillas, un derechista en la silla, cien mil
muertos, cien Xalapas completas, muertas, asesinadas… y otra vez el año pasado.
Me siento
robada de la posibilidad de tener un poder al cual apelar, al cual hacer
críticas, con el cual dialogar. Yo no esperaba que Amlo fuera perfecto, pero
carajo, sabía dentro de mí que era alguien a quien yo respetaba. Ahora ¿de qué
sirve rebelarse contra un imbécil?
¿Cómo
dialogar con alguien del que no esperas nada? Alguien tan vacío, tan pletórico
dentro de su máscara de cargo público?
Y hoy le da
un infarto a amlo. En la víspera de la venta del petróleo. No es que sea grave
que vendan el petróleo, el petróleo es eso, petróleo. Es lo que significa, el
vacío, la negrura de expectativas, la falta de plan y la abundancia de codicia.
Por poco
lloro pensando ¿y si se muere qué? ¿ya nos chingamos? ¿oooooootra vez? Pero…
¿nos chingaron ya de todos modos? ¡Por suerte no se murió! Vaya reto de lógica
aristotélica y una sin tiempo para pensar, a penas el tiempo suficiente para
ver la vida pasar.